La Peligrosa Tentación

Como un inocente necesitado por las ansias de conocer lo desconocido y sin querer que surgiera lo inevitable, fui débil ante su inyección más tentadora.  Nada más saborearte, Cronos me concede su poder más personal para poder alimentar mis memorias de arrepentimientos y diversión . Serán los primeros los que me harán pecar de querer volver a repetirte. Una y otra vez. Pero qué es lo que he hecho. Mi olfato se agudiza. Pera..Bergamota...Naranja y Gálbano.  Mis papilas gustativas saborean Cacao y Cedro.  Mi Corazón siente Jacinto y Peonía. Mi vista es capaz de fotografiar con una precisión perfecta cada instante de felicidad; cada instante en que sus 32 corceles blancos avanzan para hacerse con la victoria entre sus fuertes y tímidas murallas de Pasión e Intelecto. No son Superpoderes. Se puede llegar asentir como que los tienes, pero es solo ficción. Cronos no te presta sus poderes para siempre; Él te abre un camino de Felicidad condenado al Recuerdo.  No es una ventaja. Es una

Las aventuras del pequeño Epoh (Ep.1)

Epoh es de ese tipo de niños. Si si, de ése. De ese que estáis pensando vaya. Es clavadito. A primera vista no lo parecerá obviamente, pero tenéis que darle un poco de tiempo.  Sé que, por ello, no merece ser presentado a gran escala, pero vamos a hacer un par de puntualizaciones. Así, y aunque ya lo conozcáis de antemano, tenéis un par de referencias para la siguiente vez.
Nació en algún lugar entre Trelleborg y los complicados caminos de Naimakka. Siendo muy pequeño, los padres de Epoh se trasladaron a un agradable pueblo, el cual encontraba a orillas de un gran lago. Exacto, sabéis de qué tipo de casa os hablo: esa casita de madera con aspecto hogareño con un pequeño saliente al lagodonde sentarse con los pies desnudos y tocar el agua fría que, a veces, el invierno nos regala. Más allá de aquella orilla, solo se veían luces, luces que, algún día, Epoh quería llegar a encender o apagar.

Fue educado bajo la atenta atención y supervisión de sus padres, los cuáles le impartían clases en casa. Creían que los conocimientos que ellos tenían eran suficientes y bastantes ricos en materia para su pequeño hijo. Y así fue. Gracias a los conocimientos de Náutica que le ofreció su padre, y las inagotables creaciones que hacía con su otro padre, Epoh llegó a tener muchas motivaciones y visiones para un futuro que no tardaría en llegar.
El problema del Futuro, es que nunca sabrás cómo te va a sorprender…Crees que, al principio va a ser todo como tienes pensado, pero luego te estampas con una realidad que no tenías planeada, pero con la que, a veces, tienes que obligarte a convivir. Y al pobre Epoh no le iba a pasar menos.  

Como bien habéis deducido, uno de los sueños de Epoh era saber qué había más allá de aquel lago donde había jugado, navegado e incluso pescado algún “Pezolega” como el los llamaba; Cada pez que pescaba, y dependiendo del tamaño, o lo devolvía al lago, o lo metía en su acuario personal. Muchos diréis que Epoh no tenía en cuenta el daño que le hacía a sus Pezolegas cada vez que los pescaba, pero debo de deciros que su pecera personal se encontraba en el mismo lago; Había creado una especie de... estanque por llamarlo de alguna forma, donde los peces se abastecían de alimentos y de buena compañía “Pecil”. Eran libres de entrar y salir cuando quisieran. Y aunque no lo creáis, muchos de aquellos peces volvían para estar con Epoh y rodear sus pies en forma de cariño.

Beep Beep! – Escuchó Epoh a lo lejos. Eran sus padres que volvían del centro de la ciudad. Traían consigo una serie de materiales que Epoh solo había visto en los libros que le enseñaba su padre de náutica: Madera, metal, fibra de vidrio… ¡Hasta le echó el ojo a unos cabos bastante bien escondidos! Entonces lo entendió: Sus padres le estaban regalando un billete de ida al futuro con derecho a llegar hasta más allá.
Nunca se había sentido tan feliz.  Siempre lo había tenido todo, pero era en este momento donde Epoh podía demostrar al 100% todo lo que había aprendido, así como todas las ganas que tenía de explorar e investigar, ya no solo aquellas endemoniadas luces, sino todo aquello que sus padres le habían contado sobre otros países, otras culturas, otra gente.

Con los pies aún húmedos, se calzó sus botas negras y caminó hacia la camioneta donde le aguardaban en la parte de atrás el Monte Kinabalu, el Wat Pho y las Cataratas Victoria de las que tanto había leído en los libros de Historia.

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