Epoh es de ese tipo de niños. Si si, de ése. De ese que
estáis pensando vaya. Es clavadito. A primera vista no lo parecerá obviamente,
pero tenéis que darle un poco de tiempo. Sé que, por ello, no merece ser presentado a
gran escala, pero vamos a hacer un par de puntualizaciones. Así, y aunque ya lo
conozcáis de antemano, tenéis un par de referencias para la siguiente vez.
Nació en algún lugar entre Trelleborg y los complicados
caminos de Naimakka. Siendo muy pequeño,
los padres de Epoh se trasladaron a un agradable pueblo, el cual encontraba a
orillas de un gran lago. Exacto, sabéis de qué tipo de casa os hablo: esa casita de madera con aspecto hogareño con un
pequeño saliente al lagodonde sentarse con los pies desnudos y tocar el agua fría que,
a veces, el invierno nos regala. Más allá de aquella orilla, solo se veían
luces, luces que, algún día, Epoh quería llegar a encender o apagar.
Fue educado bajo la atenta atención y supervisión de sus
padres, los cuáles le impartían clases en casa. Creían que los conocimientos
que ellos tenían eran suficientes y bastantes ricos en materia para su pequeño
hijo. Y así fue. Gracias a los
conocimientos de Náutica que le ofreció su padre, y las inagotables creaciones
que hacía con su otro padre, Epoh llegó a tener muchas motivaciones y visiones
para un futuro que no tardaría en llegar.
El problema del Futuro, es que nunca sabrás cómo te va a
sorprender…Crees que, al principio va a ser todo como tienes pensado, pero
luego te estampas con una realidad que no tenías planeada, pero con la que, a
veces, tienes que obligarte a convivir. Y al pobre Epoh no le iba a pasar
menos.
Como bien habéis deducido, uno de los sueños de Epoh era
saber qué había más allá de aquel lago donde había jugado, navegado e incluso
pescado algún “Pezolega” como el los llamaba; Cada pez que pescaba, y
dependiendo del tamaño, o lo devolvía al lago, o lo metía en su acuario
personal. Muchos diréis que Epoh no tenía en cuenta el daño que le hacía a sus
Pezolegas cada vez que los pescaba, pero debo de deciros que su pecera personal
se encontraba en el mismo lago; Había creado una especie de... estanque por
llamarlo de alguna forma, donde los peces se abastecían de alimentos y de buena
compañía “Pecil”. Eran libres de entrar y salir cuando quisieran. Y aunque no
lo creáis, muchos de aquellos peces volvían para estar con Epoh y rodear sus
pies en forma de cariño.
Beep Beep! – Escuchó Epoh a lo lejos. Eran sus padres que
volvían del centro de la ciudad. Traían consigo una serie de materiales que
Epoh solo había visto en los libros que le enseñaba su padre de náutica:
Madera, metal, fibra de vidrio… ¡Hasta le echó el ojo a unos cabos bastante
bien escondidos! Entonces lo entendió: Sus padres le estaban regalando un
billete de ida al futuro con derecho a llegar hasta más allá.
Nunca se había sentido tan feliz. Siempre lo había tenido todo, pero era en
este momento donde Epoh podía demostrar al 100% todo lo que había aprendido, así
como todas las ganas que tenía de explorar e investigar, ya no solo aquellas
endemoniadas luces, sino todo aquello que sus padres le habían contado sobre
otros países, otras culturas, otra gente.
Con los pies aún húmedos, se calzó sus botas negras y caminó
hacia la camioneta donde le aguardaban en la parte de atrás el Monte Kinabalu, el
Wat Pho y las Cataratas Victoria de las que tanto había leído en los libros de
Historia.
[...]
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