Las Cadenas de la Noche
Que mágica es la noche. Que silencio demuestra. Que tranquilidad permite poseer. Es el mismo sentimiento que tienes cuando miras la foto de aquello que te recuerda, de aquello que te hace recordar.
Todos los días son noches para mi. Todas las noches son recuerdos para mi. Fotos. Abrazos. Recuerdos. Besos. Recuerdos.
Hoy para mi es ayer y seguramente sea mañana. No puedo apreciar una diferencia en el paso el tiempo. Soy amante de la noche, pero también soy presa de su magia oscura.
Sólo la luz tenue de la lámpara de mi mesita de al lado de mi cama me acompaña para poder llevar la noche a noche. Cada noche. Cada recuerdo. Cada pensamiento. Cada hundimiento en un mar lleno de cadenas manchadas con mi nombre, sucio y mal escrito, esperando el mejor momento para capturarme y no dejarme respirar. Al fondo, el mayor peso que puede sujetar esas cadenas; un peso del tamaño de un petrolero experimentando el buceo permanente. Un peso con la palabra que aterroriza a la sociedad cada vez que la encuentra en su vida: Sufrimiento.
Yo, impasible y como si de una fuerza se tratase, voy siendo empujado a esas cadenas, ansiosas por devorar aquel cuerpo de Un Simple Mortal. Cada recuerdo. Cada noche.
Menuda fuerza. Menudas cadenas potentes. Es como si nunca hubiesen visto algo mas alla que daño y desprecio. Tienen algo. Sujetan muy fuerte, hasta el punto de deteriorar cualquier cosa que toquen. Mercenarias de la vida misma. Justas con su trabajo encomendado, impuesto por la todopoderosa Temis.
Ella, sentada sobre su fornido León de pelaje color oro, señala firmemente con su cabal espada a aquel que merece ser inmovilizado por las garras de la balanza del juicio final. Su rostro era de asombro; jamás se habría imaginado que aquel chico tuviese que ser sentenciado por sus actos, y menos arrojado al Abismo del Desprecio y la Vergüenza.
Cierro los ojos. Escucho a su poderoso León rugir. La orden se está llevando a cabo. Impotente por mis actos y por las cadenas, asumo lo que se me viene encima. Las cadenas aprietan. Me crean heridas. Son heridas complicadas de curar, ya que no se pueden ver a simple vista. Una de las cadenas me sujeta el brazo izquierdo. Otra cadena el derecho. Las piernas, ambas juntas, inmovilizadas. Sigue hundiéndome. Siento la presión en los oídos a causa de la profundidad de aquel mar sucio, lleno de marcas de culpabilidad. Se me enrollan dos cadenas al rededor del tronco llegando hasta mi cuello, donde se aseguran de que esté bien firme. Bien paralizado.
Las cadenas de los brazos se buscan entre ellas. Se echan de menos. Qieren volver a estar juntas. Se han jurado amor eterno. Movimientos bruscos. Huesos rotos. Es curioso. No me duele. Noto que están rotos, pero no noto dolor.
De pronto, las cadenas comienzan a bailar al son de su propósito tintineo. Ese tintineo... No podía parar de escucharlo. Estaba cargado de gritos, peleas contra mi, lágrimas, odio...
Totalmente insoportable. No puedo escaparme. Por más que me intente mover, estoy encadenado hasta que la Muerte me separe. Conforme más lo intentaba, más me apretaban las endemoniadas. Me estoy muriendo. Me deterioro sin saberlo. Me hundo sin posibilidad de resurgir...
Abro los ojos. La luz de la mesilla de noche sigue acompañandome. Nace ese maravilloso sudor en los ojos al que nadie quiere enfrentarse. No puedo parar de escuchar. Tampoco puedo parar de recordar. No puedo parar la presión de las cadenas.
Es de noche. Para mis todos los días son noches. Todas las noches, recuerdos. Todas las noches, iguales.
Con Cariño Un Simple Mortal
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