Y despertó. No sabía cómo había llegado hasta ahí. Nada más abrir
los ojos, vio como las hojas de aquellos árboles tan altos ondeaban al
compás de la brisa que las arrastraba. Giró la cabeza a un lado y hacia el
otro. Solo veía árboles y más árboles. Le gustaba. Puso las manos en el suelo y
notó la suave hierba que envolvía sus dedos. Era fresca y cómoda. No es que le
costase levantarse, es que no quería perderse aquel momento. Finalmente se puso
en pie, tambaleándose como si llevase mucho tiempo tumbado. Estiró los brazos y
respiró hondo aquel aire cargado de tranquilidad y finura. Dio su primer paso a
regañadientes. ¿Por qué avanzar en aquello en lo que te sientes cómodo? No
quería otra cosa en aquel momento, pero sabía que si no avanzaba, se perdería otras
cosas que seguramente serían maravillosas.
Avanzó por el bosque en el que se
encontraba siguiendo la luz que apreciaba entre los árboles. Eran árboles de
tronco fuerte. Eran robustos y gruesos. Se notaba que llevaban allí mucho
tiempo. Muchos años. Muchas vidas. Seguía observando su alrededor conforme
caminaba. Escuchaba el canto de los pájaros tropicales. Eran distintos tipos de
pájaros. Unos chirriaban...otros cantaban...trinaban. Costaba concentrarse en
otra cosa que no fuese ese bello sonido. Allí al fondo de aquellos árboles, la
luz brillaba mucho más.
Creo que estoy llegando al final de esta frondosidad.
Y así fue. Pero qué veían mis ojos...
Un valle. Un valle grandísimo. Era
precioso. No sé si alguna vez habéis sentido esa sensación de sorpresa ante tal
belleza, pero yo me quedé estupefacto. Se respiraba mucho bienestar. Se sentía
la tranquilidad. Se olía el sabor de las ramas de los árboles mientras éstos
bailaban al son del cántico de aquellos pajarillos, que me eran imposibles de
descifrar. Se escuchaba el sonido de una cascada.
La vi. Vi cómo el agua de esa cascada
llegaba violentamente a un tranquilo lago a la derecha de aquel valle. Era
precioso.
Me entraron unas ganas impresionantes de
volar. Quería tocar cada parte de aquella hondonada y que nunca parase de dar
vueltas y más vueltas. De subir y bajar. De meterme en aquel agua cristalina y
no salir nunca. Bajé raudo y veloz hasta aquella charca para bañarme y beber un
poco de agua. No podía mirar a otro lado más que en aquella dirección. Y eso
que, os aseguro que el paisaje era magnifico.
No dudó ni un segundo en zambullirse. Nadó
junto a los peces de colores que le acompañaban hacia la cascada. Miró hacia
arriba y se quedó mirando cómo el agua salía de su final para entrar en un
mundo nuevo. Después de estar todo el tiempo del mundo en el agua, decidió
salir para secarse al sol. Se tuvo que desnudar porque, de las prisas que le
entraron para meterse en el agua, no le dio tiempo ni de quitarse la ropa. Así
que se la quitó y la dejó secando al sol en una piedra. Él se tumbó debajo de
la sombra de un gran árbol y dejó que el tiempo se esfumase al son del sonido
de la cascada. Era muy tranquilizador. Ése era su momento. Y nadie se lo iba a
quitar. No tenía por qué preocuparse de nada más que de descansar.
Y diréis, ¿más aún? ¿No estuvo hace cinco
minutos dormido en aquel bosque que nos vendiste tan bonito y tranquilizador?
Sí, es cierto. Pero tenéis que entenderlo: No todos los días te encuentras ese
tipo de paisajes. Os aseguro que era maravilloso. Os aseguro que vosotros
hubieseis hecho lo mismo.
El chico se volvió a vestir. Se notaba
cansado. No entendía por qué. Tampoco entendía cómo había llegado hasta aquel
paraje. No sabía dónde estaba. Lo que tampoco sabía era por qué ya no se
escuchaba el sonido de los pájaros, ni de la cascada. NO entendía lo que estaba
pasando. Se empezó a poner nervioso. Hablaba, pero n se escuchaba.
¿Qué es lo que me está pasando? ¿Por qué
no puedo escucharme? ¿Por qué no oigo nada?
El chico se había quedado sordo. Su piel
se estaba tornando a un color violeta. Se estaba poniendo más y más nervioso.
Decidió ponerse en marcha. Empezó a correr por aquel valle entre los árboles.
Estaba anocheciendo. Ya aquello no le parecía tan bonito como al principio.
Pensaba en qué podía haberle sucedido y, conforme lo hacía, aumentaba el
ritmo de su paso hasta tal punto que se puso a correr sin darse cuenta. No
tenía meta alguna, pero el corría y corría. De pronto, sintió como se quedaba
sin terreno para correr y cayó en un hoyo de unos tres metros de largo. Parecía
una trampa para animales. "¿Dónde me he metido?", se decía una y otra
vez. Gritó. Gritó desesperadamente. Gritaba: "¡Socooo! ¡Soco..!". No
se podía escuchar así que no sabía lo que decía hasta que, de tanto esfuerzo y
desesperación, se desmayó.
No tenía ninguna escapatoria. Iba a morir
allí mismo...o no...
Con Cariño Un Simple Mortal
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