Mi corazón permaneció atónito y quieto, tal y como estaba
yo. Algo se me revolvía el estómago. No se sí era de la adrenalina, los
nervios, la presión o el simple bienestar que me ofrecía aquella situación. Por
supuesto que cerré los ojos. No soy tan inútil; soy de los que prefieren sentir
un abrazo como esos de la mejor forma posible. Me sentía bien. Solo tenía mente
para ella. Solo escuchaba la mezcla entre el latido de su corazón y los
sollozos que emitía.
Suena un móvil. De pronto siento una desconexión. Charlie y
yo nos habíamos separado. Me mira callada con los ojos aun llorosos y me hace
un gesto con la cabeza hacia un punto determinado de mi pierna. De pronto noto
como algo me vibra en el bolsillo del pantalón. El móvil. Dios mío el móvil. Me
había olvidado de todo. De mi jefe, de la cámara, del pobre niño ametrallado a
puñetazos, del jefe de policía, de todo. Cogí el móvil, miré quien era, lo
cogí, miré al jefe policía, miré el bus repleto de médicos atendiendo a los
pobres mirando con la mirada perdida y el rostro blanco. El pobre chico al que
se le encaró el imbécil del pasamontañas lo había subido a una camilla y lo
habían inutilizado con cintas para que no sufriese el menor movimiento.
"-Jefe, dígame." -"¡Richard! Oh dios mío, ¿estás bien?"-
"Si si, estoy bien.". -"¡Richard, ha sido un éxito! Tu cámara ha
grabado el momento en el que le embestías y atravesaban el cristal. ¿Los tienes
bien cuadrados eh? ¡Gran trabajo!- Dijo mi jefe con un tono de satisfacción y
seguramente una sonrisa en su rostro. El mío sin embargo no era de felicidad;
si se había grabado todo, la cruel sentencia del desalmado aquel con aquel
chico de, cuanto, ¿7 años? también. Muy joven. Muy crío. Mucha sangre.
-"Gracias señor, la verdad es que no me explico
ni yo como lo he podido hacer."- dije con esfuerzo. "-Pásate cuanto
antes por la oficina que tenemos que hablar. Y déjate de romances y tonterías
que estas aún en horas de trabajo bribón. ¡Jajaja!- Al parecer toda Nueva York
me estaba viendo por la tele. Los cámaras de las otras cadenas seguían detrás
del cordón policial, junto con sus respectivos reporteros, grabando en todo
momento. Los reporteros parecían como perros ansiosos por tener la comida en su
plato preferido. Es verdad, era la hora de comer ya.
Terminé de hablar con mi jefe y me acordé de que tenía aún
la cámara en el autobús. Fui a por ella y a por mí otro móvil. Menos mal que
¿Dos móviles diréis? Bueno, la costumbre. Muchas veces salgo de casa sin el que
uso normalmente, ya que con las prisas que me mete el burro de mi jefe suelo
dejar alguna cosa atrás. Fijaos cuán despistado soy con eso que una vez salí de
casa con las pantuflas puestas. Me di cuenta cuando ya había empezado a bajar
por las escaleras. Notaba el suelo mullidito. Estaba cómodo, que queréis.
Bueno, fui a por mí móvil y mi cámara. Esta vez entré por la puerta principal,
por aquello de cambiar un poco. Subí los escalones y solo veía recuerdos.
Frescos y macabros recuerdos. A cada lado que miraba veía sangre, miedo o
gritos. Avancé hasta el sitio donde me había escondido, recogí el maletín del
suelo junto con la cámara, el cable y el móvil, lo empaqué todo y antes de
irme, me senté en uno de los asientos donde uno lo de los niños estaba. Empecé
a pensar en todo lo que esos niños estaban sufriendo. Ninguno de ellos se
merecía algo así. Y menos presenciar como uno de sus amigos estaba siendo
masacrado por un adulto, el cual podría haber sido perfectamente su padre. Bajé
la mirada. Ya estaba más tranquilo, pero necesitaba tranquilidad, y a fuera no
lo iba a conseguir. Me levanté. Estiré los brazos y noté cómo un pinchazo me
recorría ambos brazos. Los tenía aún sucios del asfalto y ensangrentados. Pude
visualizar también algún cristal que otro. Recorrí todo el pasillo una última
vez y sin mirar atrás. Bajé los escalones y acto seguido me abordó uno de los
enfermeros que había atendido a uno de los enanos. "-Hola. Richard,
¿verdad? Me dijo el jefe de policía que estabas aquí. Vengo a curarte los
brazos que antes no pude. ¿Te importaría estirarlos un poco?- El enfermero sacó
de su botiquín agua oxigenada para limpiar las heridas, unas pinzas para los
posibles cristales, betadine y vendas. No me dio ni tiempo para decirle nada
que ya me estaba echando el agua oxigenada. Le quitó hasta el difusor para
poder cubrir la herida mejor. Escocía, pero no me importaba. Suficiente dolor
había visto hoy.
-¡Richard! ¿Estás bien?- dijo ella. No se cómo lo hacía
pero aparecía de la nada y cuando menos me lo esperaba.
-¡Ah! Hola Charlie. Si si, estoy bien. Bueno, por lo que
puedes ver, solo son unas cuantas heridas en los brazos. ¿Tu cómo estás?- dije
mirando la venda que tenía en la cabeza. Se había hecho un buen corte.
-Sí, yo estoy bien. Bueno, ya ves mi cabeza.- dijo
tocándosela- Ahora voy a tener que dejarme el flequillo si o si para poder
tapar esa futura cicatriz.- sonrió, lo que me permitió ver una vez más esa
sonrisa que en un principio me había cautivado. Sonreí ante su respuesta y le
dije: -Bueno mujer, seguro que no es para tanto. Aun así no creo que te pueda
quedar mal. Una herida de guerra siempre es atractivo.- dije intentando
animarla. -Jajaja, ¡eso espero!
El médico que me estaba atendiendo terminó de hacerme la
cura, me vendó ambos brazos, me dio instrucciones y dijo: -Es muy importante
que procures no apoyarlos, porque si no la herida se podría volver a abrir y
habría que cambiar las vendas. Señorita, ¿usted cómo lleva esa herida? ¿Se
siente mareada?- dijo el enfermero.- La verdad que me duele un poco la cabeza
si.- dijo ella entrecerrando los ojos. -En mi ambulancia tengo unas aspirinas.
Si me acompaña un momento le daré unas cuantas.- La verdad que el enfermero nos
trató muy bien a los dos. Se nota cuando a alguien le gusta su profesión.
-Sí, me haría un favor. Richard, enseguida vuelvo.- dijo
ella.
-La verdad es que me tengo que ir a la oficina. Mi jefe me
espera que al parecer quiere hablar conmigo sobre no sé qué cosa...- me
apresuré a decir.
-Oh, bueno... entonces nada...- dijo ella agachando un poco
los ojos.
-Pero, nos vemos luego, ¿no?- dije esperanzado.
-Bueno, con todo esto que ha pasado tendré que tranquilizar
a muchos padres. ¿Te aviso a la hora que termine?
-Si si,- dije sin dejar de mirarle a los ojos.
-... ¿me das tu número de móvil? Es que sino no tendría
cómo localizarte...- Si chicos y chicas, se percató de que la miraba con esos
ojos. Esos sí.
-Uy si si perdona. Es el seis tres ocho...- vacilaba con el
número. No me salía de seguido. ¿Qué haces Richard? ¿Atravesar el cristal de
esa forma te ha dejado tonto? Vi una sonrisa en su rostro conforme escribía
poco a poco los números que le iba dictando.
-Vale, lo tengo. Pues con lo que sea te mando un mensaje y
te digo, ¿vale? -dijo ella sonriendo con esos ojos azules. No puedo pensar en
otra cosa...
-Muy bien, tú tranquila. Descansa digo, suerte digo, ¡que
te vaya bien!- grité. Grité. Menudo imbécil. Ella se asombró del grito lo mismo
que yo. Se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y se fue. Y qué beso. Los
pelos como escarpias.
Observé como se alejaba y cómo yo volvía a la realidad una
vez más. Volvía a recibir todo tipo de sonidos estridentes, de periodistas
gritando aun por tener una primicia con su héroe, con su coleguita de
profesión. Tenía que alejarme de allí. Antes de irme hablé con el jefe de policía,
el cual me agradeció el trabajo que había desempeñado: -Se hablará de ti en el
cuerpo, chico. Hoy lo has hecho bien. Has salvado una parte de nuestra amada
Manhattan.- La verdad que por una parte me sentía realizado. No era ni la una
de la tarde. Obviamente mi cita con Tom estaba cancelada. No tenía ganas de
aguantar a ese pesado después de aguantar a un desalmado que pega y secuestra
niños.
Puse en marcha mi cuerpo, me levanté del asiento del
copiloto del coche policía en el que estaba mientras hablaba con el jefe y puse
rumbo, con desgana, a la oficina.
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