Qué bonita es la felicidad. Y qué bonita es cuando sabemos
que vamos con ella de la mano. Hay veces que se reprime, pero tarde o temprano
volvemos juntos, porque sabemos que nos queremos el uno al otro. Hubo una época
en la que ella y yo no nos conocíamos muy bien.
Recuerdo que de pequeño siempre
estaba ahí conmigo, pero llegó un momento en el que desapareció y nunca más la
volví a ver. Pasaba el tiempo y ella sólo daba rasgos de vida, pero muy tenues.
No me sentía bien conmigo mismo. Notaba que me faltaba algo. Es por eso por lo
que un día me decidí y fui a buscarla allí donde hiciese falta.
Debo decir que es que es bastante inteligente, la verdad.
Siempre que sucedía algún acontecimiento en el que yo era el protagonista, el
protagonista de mi vida, ella aparecía de entre la penumbra y me sonreía con ilusión
y orgullo. Siempre aparecía. No obstante, se volvía a alejar cuando se pensaba
que no la quería más conmigo. Normal. Yo, inútil de mí, no le prestaba
suficiente atención. Es por eso por lo que volvía a desaparecer como hacía al
principio.
La busqué y la busqué. De verdad que la busqué, pero nunca
supe cómo llegar hasta ella. Pensaba que con el empeño que yo hacía por
buscarla por mar y aire la encontraría en algún escenario a mi lado o de la
mano de otro; de algún amigo o así. Hubo momentos en los que creía verla
mientras estaba con mis amigos divirtiéndonos como los que más… Pero no. A la
mañana siguiente, lo único que sentía era su pensamiento en mi mente y mi cama
con las sabanas alborotadas por la apasionante noche que tuvimos. Pero, ¿por qué
se iba? ¿Por qué no se quedaba y desayunaba conmigo? ¿Acaso no me quería?
¿Acaso no la merezco?
Seguí avanzando y, con la edad fui olvidándome de ella: Expandí
mi mente como quise, traté a aquellos como se merecían, calculaba con exactitud
cosas que otros no hacían, me fijaba en los demás para ver si estaba escondida
tras ellos con ese sentimiento de esperanza que tenemos cuando deseamos algo de
verdad… pero no. Entonces pensé que a lo mejor no hacía falta buscarla. Que si
ella quería, volvería a mi lado como hacía cada noche, cada caricia, cada beso,
cada momento.
Me centré en lo que me rodeaba y me dejé llevar por la ignorancia
y la dejadez. No me gusta. No me gusta. No me hace gracia. Me gustaba más
cuando hacía cosas, me movía de un lado al otro a más no poder, me reía como el
que más… Me di cuenta de que la lógica y la racionalidad respaldaban mi ser haciendo
de mí una persona que si quería que las cosas estuviesen bien hechas, lo podía
conseguir; tanto para mí, como para los demás. Por ello, empecé a hacer lo que
cada uno tiene que hacer con su vida. Vivirla. Simplemente eso. Me mantenía
ocupado en lo que me interesaba y me organizaba para mantenerme ocupado a
propósito. Decidía cosas en el trabajo en el momento que podrían haber hecho
que me cuestionarán, pero las cosas salían bien para mí, para todos. Me sentía
bien. Me sentía cómodo conmigo mismo. Satisfecho.
Me centraba en lo que se me pedía y lanzaba un brainstorming
automático, del cual sacaba alguna idea que otra productiva que hacía que
avanzásemos un poco más. ¿Qué se presentaba un problema? No pasa nada. Creo que
todo tiene una solución, ¿no? Y aunque no sea la más óptima para mí, es la
mejor para todos: “Si no se puede hacer esto, hacemos esto otro y que se haga
así y así. ¿Ves? Ahora si cuadra porque con esto hacemos esto y con esto otro,
esto otro.” Me sentía bien. Fue en este momento cuando me dí cuenta que, de
entre toda aquella nube de distracción personal, aparecía ella. Una vez más y
después de tanto tiempo buscarla sin éxito, la sentía conmigo. Estaba ahí. Un
momento. ¿Qué he hecho? No he hecho más que lo que me interesaba hacer.
A pesar
de haberme rodeado de pensamientos densos, duros de tragar, difíciles de
olvidar, estancado en la oscuridad sin motivo, sin que me haya pasado nada. Lo
único que había que hacer era distraerse, ser consciente de que has caído en la
telaraña de los pensamientos densos, porque fue así de la forma en la que había
que desconectar; sabiendo que estaba conectado. Simplemente hay que caminar más atento, más presente.
Como dijo Voltaire: “Una colección de pensamientos debe ser una farmacia donde
se encuentra remedio a todos los males”. Esto viene a decir que nunca está de
más pararse a pensar en las consecuencias que tiene tomar una decisión u otra.
Todo tiene una solución. No hay que ir a por lo primero que se nos presenta.
No hay que olvidar lo que
dijo Buda: “Todo
lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros
pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos.”
Con Cariño Un Simple Mortal
Comentarios
Publicar un comentario